Luis Eduardo quiere cumplir los 18 años para cortarse la coleta. Lo repite a menudo. Que quiere cortarse la coleta y que su madre no le deja. Ella cree que deben mantener las tradiciones de los saraguro aunque ya no vivan en Ecuador. Le dice que es la única forma de no olvidarse de lo que son. Pero Luis Eduardo odia su coleta. Los demás adolescentes se burlan de él. ¿Todos los peruanos son maricones como tú?, preguntan entre risas. Lo llaman peruano. A todos los ecuatorianos los llaman peruanos. Lo curioso es que en el instituto no ha habido nunca ni un solo peruano. Así que Luis Eduardo, el adolescente ecuatoriano, cuenta los días que le faltan para ser mayor de edad y dejar de ser un maricón peruano.
Luis Eduardo dice que le gustaría volver a Ecuador. Porque allí su padre era un maestro respetado por el pueblo y aquí —eso no lo dice él pero lo dicen otros niños— un temporero que a veces se queda dormido en el banco del parque junto a una botella de vino. Porque en Loja tiene muchos amigos y aquí, sólo unos pocos ecuatorianos en su misma situación. Porque allí juega a fútbol en un buen equipo y todos le dicen que acabará jugando en el equipo nacional. Pero sobre todo porque aquí no dejan de insultarle, de llamarle maricón por llevar coleta.
Un día el profesor pide a algunos de sus compañeros una foto de la comunión. Ellos la llevan a clase sin saber muy bien para qué la quiere. Las muestran orgullosos. Entonces el profesor se las enseña a Luis Eduardo, que no puede evitar reírse.
El profesor le dice que no debe preocuparse por su coleta. Le dice que todas las culturas son extrañas desde fuera.
Los alumnos no entienden las risas de Luis Eduardo. ¿Qué hay de ridículo en comer el cuerpo de Cristo con un precioso traje de marinerito?
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>> Texto: Alberto Torres
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